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Comportamiento, ¿Quién lo regula?

Entendemos por comportamiento el conjunto de modelos de conducta (lo que hace o dice) y su manera de reaccionar ante el medio que lo rodea, existiendo una finalidad de carácter adaptativo.

Detrás de la conducta, existe un cerebro cuya función principal es velar por la supervivencia del ser humano. Un cerebro que a su vez está constituido en tres partes, los cuales trabajan siempre interrelacionándose entre sí: cerebro instintivo, cerebro emocional y cerebro cognitivo – ejecutivo.

Cerebro instintivo o reptiliano: es el más primitivo y está conformado por el tronco encefálico, cerebelo, y sistema reticular. Este cerebro es el responsable de las funciones vitales como el ritmo cardíaco, respiración y digestión, que rige las conductas del niño hasta el primer año de vida.

Cerebro emocional o sistema límbico: conformado por amígdala, núcleo accumbens, hipocampo, tálamo e hipotálamo y todo lo que ocurre en el medio ambiente externo es procesado por el sistema límbico para proporcionar la parte emotiva. A partir del primer año de vida, la conducta del niño está dominada por este cerebro, que busca satisfacer sus necesidades de amor, seguridad y a su vez de las necesidades básicas.

Cerebro cognitivo-ejecutivo o neocorteza: ocupa el 85% de la masa cerebral y es el responsable de las conductas reflexivas y conscientes, es de conducción lenta.

Sin embargo, el área que nos diferencia de otras especies animales es dónde se encuentras los lóbulos prefrontales, que son los responsables de funciones ejecutivas superiores como el lenguaje, razonamiento, toma de decisiones, planificación, autoobservación, automotivación, de inhibir los impulsos, lo que hace que sea responsable de nuestra inteligencia emocional, ya que es capaz de transformar nuestra expresión más primitiva en nuestra expresión más humana y racional.

Es por ello que cuando observamos conductas desafiantes, impacientes, impulsivas, imprudentes, irracionales pudiéramos pensar que es un indicativo de una lesión en el lóbulo frontal. A partir de los 3 años este cerebro inicia a regir la conducta del niño y según, algunos estudios, es a partir de los 5 años cuando se comienzan a desarrollar y madurar algunas funciones cognitivas como la memoria, flexibilidad de pensamiento y raciocinio, por este motivo, son tan frecuentes las rabietas, impulsividad, agresividad y otras conductas disruptivas en edades menores. Este cerebro alcanza su maduración alrededor de los 20 a 25 años de edad por lo que, hasta alcanzada esa edad, el ser humano necesita de un guía, por lo que los padres o los adultos responsables de los niños nos convertimos para bien o para mal en su lóbulo prefrontal.

Dicho esto, es necesario, básico y fundamental, proporcionarle al niño desde que nace momentos gratificantes, juegos al aire libre, alimentación equilibrada y balanceada y una estimulación adecuada a su edad y guiada por especialistas tenga o no un diagnóstico médico ya que esto favorecerá la maduración del sistema nervioso central y por lo tanto, la conducta reflexiva del niño será más adecuada, gobernando a la conducta reactiva.

Ante un niño que presente cualquier tipo de conducta disruptiva, que afecte potencialmente su desenvolvimiento social, funcional y emocional, es imperativo que el médico profundice en la observación y evaluación clínica y no solo diagnosticar en base a las conductas observadas en consulta y/o referidas por los padres. El niño debe ser, necesariamente, evaluado de manera integral primero, para descartar las posibles causas neurobiológicas de esa conducta y segundo para poder establecer y definir las pautas médicas (medicamentos) y terapéuticas (Terapia ABA, Terapia Ocupacional, Terapia de Lenguaje, Terapia Física) a seguir.

Susana Pereira - Terapeuta Ocupacional - Terapeuta de Conducta

Educadora en Masaje Infantil

Valencia - España

Bibliografía consultada: https://pap.es/articulo/12362/#:~:text=La%20neocorteza%20(en%20concreto%2C%20los,conductas%20más%20reflexivas%20y%20humanas.